Desde los confines de mis entrañas,
el invierno crudo forja grandes nubarrones,
no sé, ¿por qué te engañas niña?
como si yo fuese la culpable de tus viles razones.
Perdí la brújula de mis viejos, en el erial azul,
no vuelvas nunca más, ya todo esbozo está perdido,
¡Sanaré tus heridas!, me dijo Jesús,
ahora, está caminando colosal, sobre las aguas en el desierto.
Madre, yo nací frágil y grácil un día, sin parecer sentir,
me aferré afable a la vida mundana, y fuí muy feliz,
dentro de mí complacencia, nace el fuego,
ahora me anclo agorera, en tus anhelos.
Padre, no pude vivir agraciada en tu regazo,
ni escuchar en la aurora tus cantos de enero,
tengo fe y he sido fuerte,
para encontrarte y canturrear nuestras ilusiones apolíneas,
como caballos danzantes que coexisten para decirnos,
"no hay tiempo perdido" ¡Eso no existe!,
somos benevolentes eternos,
hasta el despertar de un Dios,
condescendiente y piadoso que nos ama,
y nos hace cada vez más fornidos.